Francesco
Petrarca
Soneto CCXCII
Ese día sabía que sería un día especial. Era viernes,
pero no un viernes cualquiera. Era Viernes
Santo. Fui, como de costumbre, a
la iglesia de Santa Clara de Aviñón. A medida que me acercaba las dos torres de
punta afilada se hacían a mi parecer gigantes. Entré y la luz tan cálida del
sol me abrazó creando en mí una sensación de paz. Esa paz. Oh qué paz me trajo
su mirada dulce como la miel. Resplandeciente como el sol. Era pura pasión. Agresiva pero tierna.
La impresión tuve de encontrarme entre los ángeles. Más allá de las nubes, sin
embargo aquí estaba frente a esta hermosa dama. Al colocarse ella debajo del
destello solar, sus cabellos eran oro. Oro derretido. Tanto parecía un ángel
que acabó convirtiéndose en uno que cavó en mí un profundo pozo. Un pozo sin
agua. Polvo y oscuridad. Me arrebató la sonrisa y me concedió una tormenta de
lamentos.
Sus ojos que
canté amorosamente,
su cuerpo
hermoso que adoré constante,
y que vivir me
hiciera tan distante
de mí mismo, y
huyendo de la gente,
Su cabellera
de oro reluciente,
la risa de su
angélico semblante
que hizo la
tierra al cielo semejante,
¡poco polvo
son ya que nada siente!
¡Y sin embargo
vivo todavía!
A ciegas, sin
la lumbre que amé tanto,
surca mi nave
la extensión vacía…
Aquí termine
mi amoroso canto:
seca la fuente
está de mi alegría,
mi lira yace
convertida en llanto.
Este poema lo he dividido en tres partes, en la primera
expreso mi devoción por Laura, la mujer más hermosa que he visto en mi vida. En
la segunda la hermosa dama se filtra en mis manos como arena del desierto.
Laura muere. Y en la última parte no soporto más esta tristeza y dolor. Me
siento vacío.
Kristina B.
***
Guido
Cavalcanti
Rima XVIII
El peregrinaje me ha llevado lejos de mi Florencia natal,
a la ciudad de Santiago de Compostela, en las tierras de Galicia. Mi mujer,
Beatrice, no ha viajado conmigo; un grave error, pues mi corazón ha sido
atravesado por la flecha de Cupido. La conocí ayer en una misa, hermosa como
ella sola. Las sagradas palabras del sacerdote no fui capaz de oír. Quién
pudiera escuchar las palabras de Dios teniendo a un ángel de carne y hueso
delante. Salí de la espectacular catedral a las calles rupestres, rodeadas de
casas repugnantes, todas idénticas. Ella, a quien yo amo, era bella como la
catedral y el resto del mundo era como esas edificaciones simples y sin gracia.
Ni siquiera mi señora Beatrice se puede comparar. De camino al hostal mi mente
buscaba una forma de confesar esos sentimientos, y la encontró en la tinta y la
pluma que eran mi arte. Toda la noche pasé en vela para escribir mi poema.
Salió el Sol y cantaron
los gallos, pues un nuevo día había llegado. Yo estaba listo para confesarme a
ella. La esperé delante de la catedral y cuando la sagrada ceremonia hubo
terminado, me acerqué y le recité mi escrito. Ella escuchó mis palabras igual
que lo haría una estatua. Después se fue sin siquiera mirarme.
Uno pensaría que
esto sería suficiente para calmar mi corazón y curarlo de la enfermedad que es
el amor. Pero nada más lejos de la realidad, la flecha de Cupido sigue clavada
más profunda que nunca. Y aquí estoy, otra noche en vela ahogando mis penas en
poesía, las dudas retorciéndome por dentro, y mi pluma volando sobre pergamino.
Nadie niegue
la pluma consternada
la negra
tinta, la mano doliente,
las que
escribieron dolorosamente
palabras que
escuchaste distanciada
Preguntarán
por qué, desde su nada,
pluma y tinta
hablan súbitamente:
mi mano las
movió y dice que siente
dudas en mis
estación desamparada:
dudas que me
destruyen muy despacio,
lentamente a
la muerte dan espacio
y a pluma,
tinta, mani, su desvío.
En tu silencio
una palabra espera
que dice y que
no dice que ame o muera
y escribe mi
pasión en el vacío.
Estas rimas expresan mi dolor ante el vacío que ella me
ha dejado. Cuento cómo le leí este poema y ella me ignoró y las dudas que me
corroen. Mi cabeza sabe que su rechazo fue lo mejor para mí, soy un hombre
casado, pero mi corazón duele igualmente, pues ella es mi catedral entre la
gente.
Benjamin P.
***
Francesco
Petrarca
Soneto LXI
Después de subir el monte Ventoso, en los Alpes, de unos
1.909 metros, junto a mi hermano y dos compañeros más, escribí una carta a mi
amigo Francesco Dionigi. En esa carta le explicaba la dificultad de subir al
monte, era el día 26 de abril de 1336, hacía frío para estar ya a finales de
abril y eso complicó el ascenso. Lo pasamos bastante mal, ya que íbamos con
pocos recursos y no llevábamos nada para poder dormir, pues no estaba previsto
acampar aquí.
A ti, Francesco, te
escribo esta carta para que sepas que estamos bien, hemos tenido dificultades
para dormir, pero no ha estado tan mal. Y escribo este poema para dar gracias a
Dios de que no nos haya pasado nada en nuestra estancia en el monte
Ventoso.
Bendito
sea el año, el mes, el día
el
tiempo, la estación, la hora, el instante,
el
rincón y el lugar en donde ante
sus
ojos fue prendida el alma mía;
bendita
la dulcísima porfía
que
a Amor me liga como firme amante,
y
el arco y la saeta lacerante,
cuya
herida le abrió en mi pecho vía.
Bendita
sea la voz con que sustento
y
siembro el nombre suyo en cualquier parte,
y
mi ansia y mi suspiro y mi lamento;
y
sea bendito todo cuanto arte
en
fama suya doy, y el pensamiento
que
es de ella sin que en él otra haya parte.
Este soneto se divide en dos partes. En la primera le doy
gracias a Dios por haber encontrado a Amor y en la segunda le doy gracias a
Amor por cómo es y cómo me trata.
Pau C.
***
Dante
Alighieri
Vita Nova XXVI
Aún recuerdo cuando pasabas por mis calles, cómo no
recordar esa sonrisa dulce y tierna, que esa hermosa sonrisa es la que quiero
yo, aunque tarde sea. Era inevitable no escuchar la gente murmurando, hablando
sobre ti, alabándote, y cuando estabas cerca de alguien, tanta honestidad
infundía en el corazón, que no osaba levantar la cabeza ni responder a su
saludo. Yo estaba prometido cuando por primera vez te vi, yo te prefería antes
que todo, pasaba noches pensándote dolorosamente, sin poder hacer nada al
respecto. Cada mañana por el bello Vecchio, te cruzabas en mi mirada y yo como
un iluso intentando captar tu atención, pero de tantos hombres a tus pies cómo
te ibas a fijar en un güelfo como yo. Se mostraba tan bella y colmada de hechizos
que quienes la miraban se sentían inválidos por una dulzura tan honesta y
suave, que no podían expresarla, aunque que al principio se hubieran visto
obligados a suspirar. Todo esto lo producía mi única verdadera amada a la cual
recordaré el resto de mi vida.
Tan
graciosa y gentil se manifiesta
la
amada mía si serene pasa
que
las lenguas temblando quedan mudas
y
que los ojos ni a mirar se atreven
Ella
se aleja, oyendose alabada
benignamente
de humildad vestida
y
da las sensación de haber venido
desde
el cielo, a manera de un milagro.
Se
muestra tan graciosa a quien la mira
que,
al verla, nos produce una dulzura
que
no la puede entender quien no la prueba.
Y
parece que exhale de sus labios
un
espíritu suave, de amor lleno,
que
el alma va diciéndole: Suspira.
Este soneto no hace falta dividirlo ya que, en todas las
personas se muestra la exaltación de la amada cuando la ven, situada en su
experiencia, en su rutina. Este soneto es claro y preciso y muestra
perfectamente el mensaje que quiere transmitir.
Enrique A.
***
Dante
Alighieri
Vita Nova XIII
En la frialdad de
mi alcoba. Hace ya varios días que no salgo de casa y no veo el porqué habría
de hacerlo. La semana pasada vi dos veces a mi señora en la misma calle, aunque
he de confesar que no fue casualidad. Sé cuáles son sus paseos preferidos y de
forma inconsciente conozco su rutina y sus pasatiempos más de lo que en
realidad debiera. El primer día estaba frente a la vitrina de una confitería,
de la cual desconozco el nombre, pero ella se asoma ahí cada vez que pasa por
delante. Al verme reflejado en el cristal se giró, y caminó hacia mí solo para
saludarme, intercambiamos apenas cuatro frases, pero esas cuatro frases
mejoraron mi humor el resto del día.
La segunda vez
estaba recostada en el puente que hay en la misma calle, en la acera contraria
a mí, y a la confitería. Ella y su acompañante hablaban con un grupo de jóvenes
forasteros con actitud relajada y un tanto coqueta. Sé que me vio, pero simuló
no haberlo hecho, quizás no quería que la relacionaran conmigo. Pasé de largo
como si no me importara, solo que desde entonces no he vuelto a salir a la
calle. Justamente ahora finalice este soneto que empieza así:
Todos
mis pensamientos hablan de Amor;
y
tienen entre sí tal variedad,
que
uno me hace anhelar su dominio,
otro
afirma ser loco su predominio,
otro,
confinado, me causa dulzura,
y
otro me hace llorar muchas veces;
y
solo coinciden en pedir piedad,
temblando por el miedo que hay en mi corazón.
Por
lo que no sé qué camino tomar;
y
querría hablar, y no sé qué decir:
así
me encuentro en amorosa incertidumbre.
Y
si quiero ponerme de acuerdo con todos,
tendré
que llamar a mi enemiga,
mi
señora la Piedad, para que me defienda.
Este soneto se divide en dos partes. En la primera hablo
de los pensamientos tanto de amor como de dolor que me pasan por la mente constantemente, en la
segunda hablo de la confusión que estos me provocan. La segunda parte empieza
en «Por lo no sé qué camino tomar».
Ana María B.