jueves, 28 de marzo de 2019

VIDA NUEVA DE LA POESÍA ITALIANA MEDIEVAL (2019)




Francesco Petrarca
Soneto CCXCII

Ese día sabía que sería un día especial. Era viernes, pero no un viernes cualquiera. Era Viernes  Santo.  Fui, como de costumbre, a la iglesia de Santa Clara de Aviñón. A medida que me acercaba las dos torres de punta afilada se hacían a mi parecer gigantes. Entré y la luz tan cálida del sol me abrazó creando en mí una sensación de paz. Esa paz. Oh qué paz me trajo su mirada dulce como la miel. Resplandeciente como el  sol. Era pura pasión. Agresiva pero tierna. La impresión tuve de encontrarme entre los ángeles. Más allá de las nubes, sin embargo aquí estaba frente a esta hermosa dama. Al colocarse ella debajo del destello solar, sus cabellos eran oro. Oro derretido. Tanto parecía un ángel que acabó convirtiéndose en uno que cavó en mí un profundo pozo. Un pozo sin agua. Polvo y oscuridad. Me arrebató la sonrisa y me concedió una tormenta de lamentos.

Sus ojos que canté amorosamente,
su cuerpo hermoso que adoré constante,
y que vivir me hiciera tan distante
de mí mismo, y huyendo de la gente,

Su cabellera de oro reluciente,
la risa de su angélico semblante
que hizo la tierra al cielo semejante,
¡poco polvo son ya que nada siente!

¡Y sin embargo vivo todavía!
A ciegas, sin la lumbre que amé tanto,
surca mi nave la extensión vacía…

Aquí termine mi amoroso canto:
seca la fuente está de mi alegría,
mi lira yace convertida en llanto.

Este poema lo he dividido en tres partes, en la primera expreso mi devoción por Laura, la mujer más hermosa que he visto en mi vida. En la segunda la hermosa dama se filtra en mis manos como arena del desierto. Laura muere. Y en la última parte no soporto más esta tristeza y dolor. Me siento vacío.
Kristina B.

***

Guido Cavalcanti
Rima XVIII

El peregrinaje me ha llevado lejos de mi Florencia natal, a la ciudad de Santiago de Compostela, en las tierras de Galicia. Mi mujer, Beatrice, no ha viajado conmigo; un grave error, pues mi corazón ha sido atravesado por la flecha de Cupido. La conocí ayer en una misa, hermosa como ella sola. Las sagradas palabras del sacerdote no fui capaz de oír. Quién pudiera escuchar las palabras de Dios teniendo a un ángel de carne y hueso delante. Salí de la espectacular catedral a las calles rupestres, rodeadas de casas repugnantes, todas idénticas. Ella, a quien yo amo, era bella como la catedral y el resto del mundo era como esas edificaciones simples y sin gracia. Ni siquiera mi señora Beatrice se puede comparar. De camino al hostal mi mente buscaba una forma de confesar esos sentimientos, y la encontró en la tinta y la pluma que eran mi arte. Toda la noche pasé en vela para escribir mi poema.
Salió el Sol y cantaron los gallos, pues un nuevo día había llegado. Yo estaba listo para confesarme a ella. La esperé delante de la catedral y cuando la sagrada ceremonia hubo terminado, me acerqué y le recité mi escrito. Ella escuchó mis palabras igual que lo haría una estatua. Después se fue sin siquiera mirarme.
Uno pensaría que esto sería suficiente para calmar mi corazón y curarlo de la enfermedad que es el amor. Pero nada más lejos de la realidad, la flecha de Cupido sigue clavada más profunda que nunca. Y aquí estoy, otra noche en vela ahogando mis penas en poesía, las dudas retorciéndome por dentro, y mi pluma volando sobre pergamino.

Nadie niegue la pluma consternada
la negra tinta, la mano doliente,
las que escribieron dolorosamente
palabras que escuchaste distanciada

Preguntarán por qué, desde su nada,
pluma y tinta hablan súbitamente:
mi mano las movió y dice que siente
dudas en mis estación desamparada:

dudas que me destruyen muy despacio,
lentamente a la muerte dan espacio
y a pluma, tinta, mani, su desvío.

En tu silencio una palabra espera
que dice y que no dice que ame o muera
y escribe mi pasión en el vacío.

Estas rimas expresan mi dolor ante el vacío que ella me ha dejado. Cuento cómo le leí este poema y ella me ignoró y las dudas que me corroen. Mi cabeza sabe que su rechazo fue lo mejor para mí, soy un hombre casado, pero mi corazón duele igualmente, pues ella es mi catedral entre la gente.
Benjamin P.

***

Francesco Petrarca
Soneto LXI

Después de subir el monte Ventoso, en los Alpes, de unos 1.909 metros, junto a mi hermano y dos compañeros más, escribí una carta a mi amigo Francesco Dionigi. En esa carta le explicaba la dificultad de subir al monte, era el día 26 de abril de 1336, hacía frío para estar ya a finales de abril y eso complicó el ascenso. Lo pasamos bastante mal, ya que íbamos con pocos recursos y no llevábamos nada para poder dormir, pues no estaba previsto acampar aquí.
A ti, Francesco, te escribo esta carta para que sepas que estamos bien, hemos tenido dificultades para dormir, pero no ha estado tan mal. Y escribo este poema para dar gracias a Dios de que no nos haya pasado nada en nuestra estancia en el monte Ventoso.                                                                                                              

Bendito sea el año, el mes, el día
el tiempo, la estación, la hora, el instante,
el rincón y el lugar en donde ante
sus ojos fue prendida el alma mía;

bendita la dulcísima porfía
que a Amor me liga como firme amante,
y el arco y la saeta lacerante,
cuya herida le abrió en mi pecho vía.

Bendita sea la voz con que sustento
y siembro el nombre suyo en cualquier parte,
y mi ansia y mi suspiro y mi lamento;

y sea bendito todo cuanto arte
en fama suya doy, y el pensamiento
que es de ella sin que en él otra haya parte.

Este soneto se divide en dos partes. En la primera le doy gracias a Dios por haber encontrado a Amor y en la segunda le doy gracias a Amor por cómo es y cómo me trata.
Pau C.

***

Dante Alighieri
Vita Nova XXVI

Aún recuerdo cuando pasabas por mis calles, cómo no recordar esa sonrisa dulce y tierna, que esa hermosa sonrisa es la que quiero yo, aunque tarde sea. Era inevitable no escuchar la gente murmurando, hablando sobre ti, alabándote, y cuando estabas cerca de alguien, tanta honestidad infundía en el corazón, que no osaba levantar la cabeza ni responder a su saludo. Yo estaba prometido cuando por primera vez te vi, yo te prefería antes que todo, pasaba noches pensándote dolorosamente, sin poder hacer nada al respecto. Cada mañana por el bello Vecchio, te cruzabas en mi mirada y yo como un iluso intentando captar tu atención, pero de tantos hombres a tus pies cómo te ibas a fijar en un güelfo como yo. Se mostraba tan bella y colmada de hechizos que quienes la miraban se sentían inválidos por una dulzura tan honesta y suave, que no podían expresarla, aunque que al principio se hubieran visto obligados a suspirar. Todo esto lo producía mi única verdadera amada a la cual recordaré el resto de mi vida.

Tan graciosa y gentil se manifiesta
la amada mía si serene pasa
que las lenguas temblando quedan mudas
y que los ojos ni a mirar se atreven

Ella se aleja, oyendose alabada
benignamente de humildad vestida
y da las sensación de haber venido
desde el cielo, a manera de un milagro.

Se muestra tan graciosa a quien la mira
que, al verla, nos produce una dulzura
que no la puede entender quien no la prueba.

Y parece que exhale de sus labios
un espíritu suave, de amor lleno,
que el alma va diciéndole: Suspira.

Este soneto no hace falta dividirlo ya que, en todas las personas se muestra la exaltación de la amada cuando la ven, situada en su experiencia, en su rutina. Este soneto es claro y preciso y muestra perfectamente el mensaje que quiere transmitir.
Enrique A.

***

Dante Alighieri
Vita Nova XIII

 En la frialdad de mi alcoba. Hace ya varios días que no salgo de casa y no veo el porqué habría de hacerlo. La semana pasada vi dos veces a mi señora en la misma calle, aunque he de confesar que no fue casualidad. Sé cuáles son sus paseos preferidos y de forma inconsciente conozco su rutina y sus pasatiempos más de lo que en realidad debiera. El primer día estaba frente a la vitrina de una confitería, de la cual desconozco el nombre, pero ella se asoma ahí cada vez que pasa por delante. Al verme reflejado en el cristal se giró, y caminó hacia mí solo para saludarme, intercambiamos apenas cuatro frases, pero esas cuatro frases mejoraron mi humor el resto del día.
La segunda vez estaba recostada en el puente que hay en la misma calle, en la acera contraria a mí, y a la confitería. Ella y su acompañante hablaban con un grupo de jóvenes forasteros con actitud relajada y un tanto coqueta. Sé que me vio, pero simuló no haberlo hecho, quizás no quería que la relacionaran conmigo. Pasé de largo como si no me importara, solo que desde entonces no he vuelto a salir a la calle. Justamente ahora finalice este soneto que empieza así:

Todos mis pensamientos hablan de Amor;
y tienen entre sí  tal variedad,
que uno me hace anhelar su dominio,
otro afirma ser loco su predominio,

otro, confinado,  me causa  dulzura,
y otro me hace llorar muchas veces;
y solo coinciden en pedir piedad,
temblando  por el miedo que hay en mi corazón.

Por lo que no sé qué  camino tomar;
y querría hablar, y no sé qué decir:
así me encuentro en amorosa incertidumbre.

Y si quiero ponerme de acuerdo con todos,
tendré que llamar a mi enemiga,
mi señora la Piedad, para que  me defienda.

Este soneto se divide en dos partes. En la primera hablo de los pensamientos tanto de amor como de dolor que  me pasan por la mente constantemente, en la segunda hablo de la confusión que estos me provocan. La segunda parte empieza en «Por lo no sé qué camino tomar».
Ana María B.